PROTO EPARQUÍA DE IBERIA
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Monday, October 23, 2006




ORDEN BONARIA

Posted by ORDEN BONARIA :: 8:53 AM ::
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Saturday, October 21, 2006

ORÍGENES DEL MONAQUISMO.-


Si en todos los países y en todas las épocas de la historia religiosa han aparecido movimientos de espiritualidad, tendentes hacia una vida más evangé­lica, éstos se manifestaron de un modo espectacular en la provincia siria durante los siglos IV, V y VI.


¿Quién fue el primer cristiano que se retiró a la soledad para vivir «la vida angélica»? ¿Cuándo apareció la vida monástica en Siria? Preguntas hasta hoy sin respuesta. La Historia religiosa de Teodoreto de Ciro, documento básico para conocer la vida de los primeros gigantes de la ascesis siria, nada nos dice del origen del movimiento monástico.


Hasta hace algunos años, se creía que el monacato sirio derivaba directa­mente del egipcio, ya que se pensaba que el movimiento nació en el Valle del Nilo y de allí se extendió a Siria, Mesopotamia y Palestina. Hoy, en cambio, nos inclinamos por un origen autónomo del monacato sirio, acaso paralelo al egipcio.


El monacato sirio parece haber nacido fuera de toda influencia extranjera. Esto no quiere decir que, en una etapa posterior, no haya habido intercambios de influencias entre las instituciones sirias y egipcias. «Creo, escribe J. M. Fiey, que hoy se está de acuerdo en afirmar que el fenómeno monástico y después el cenobitismo nació y se extendió, independientemente y casi simultáneamente, en Egipto y en Palestina-Siria-Mesopotamia. Pero mientras el primitivo mona­cato egipcio tiene figuras conocidas: Antonio, Pablo, Macario, etc., el monaca­to sirio no ha conservado el recuerdo de sus grandes antepasados».


No es exagerado si decimos que Siria estuvo en la vanguardia del movimien­to monástico y que conoció una vida religiosa tan próspera, si no más, como Egipto. Es sabido que el historiador eclesiástico Teodoreto, obispo de Ciro, quiso demostrar, entre otras cosas, escribiendo su Historia religiosa, que los monjes sirios no eran inferiores a los del Valle del Nilo ni en número, ni en santidad, ni en proezas ascéticas. El obispo historiador les compara, por su número, a las innumerables flores que brotan cada primavera en los campos, donde cada una exhala su perfume característico (XIV).


Sin embargo, la historia del monacato sirio bajo sus dos formas: anacorética y cenobítica, es casi desconocida. «La historia del monacato sirio y de sus instituciones, escribe S. Jargy, ha sido la menos estudiada y, por eso mismo, la peor conocida».


No poseemos un estudio de la primitiva vida monástica siria, ni una lista de sus monasterios, ni la biografía de sus fundadores. Esta penuria de datos se debe a la carencia de documentos antiguos. Aparte de san Juan Crisóstomo y Teodoreto de Ciro que escribieron sobre la vida de los monjes sirios, raros son los autores que nos hablan de la primitiva vida monástica en Siria. No nos queda otro recurso, si queremos conocer las instituciones monásticas, que la investigación arqueológica, por cierto muy rica y poco explorada hasta la fecha. La investigación arqueológica será la fuente principal del presente estudio y gracias a ella nos será posible reconstruir, en parte, la vida de los monjes de los primeros siglos.


La historia religiosa de este período se caracteriza por una búsqueda de nuevas formas de vida cristiana. En efecto, Siria es el terreno fértil donde aparecen las más originales manifestaciones de vida solitaria, profundamente marcadas por el espíritu individualista de la raza. Todas las formas de ascesis cristiana se dan cita en las soledades sirias, desde el cenobitismo civilizado hasta el anacoretismo semisalvaje.


Teodoreto de Ciro se complace en enumerar las singularidades carismáticas de sus conciudadanos y las técnicas ascéticas de sus monjes cuando escribe:


El enemigo común de los hombres, en su deseo de conducir la raza humana a su perdición, ha encontrado innumerables vías de vicio. Paralelamente las criaturas de la piedad (los monjes) han descubierto diferentes escaleras para subir al cielo. Los más, innumerables, se reúnen en grupos (...), otros abrazan la vida solitaria (...), hay quienes habitan bajo tiendas o en cabañas, otros prefieren vivir en cavernas o en grutas. Muchos no quieren saber de grutas, ni de cavernas, ni de tiendas, ni de cabañas y viven a la intemperie, expuestos al frío y al calor (...). Entre éstos, hay quienes están constantemente de pie, otros sólo una parte del día. Algunos cercan el lugar donde se encuentran con una tapia, otros no toman tales precaucio­nes y quedan expuestos, sin defensa, a las miradas de los que pasan (XXVII).


Téngase en cuenta que los monjes sirios, y más particularmente los anacore­tas, gozaban de una gran libertad para organizar su vida. En general, vivían libres como los pájaros del cielo, sin reglamento de vida, ni superior, al menos los del primer período que va hasta el concilio de Calcedonia, año 451. Las sagradas escrituras, las máximas de los ancianos y, sobre todo, la iniciativa personal, eran las normas sobre las que basaban su espiritualidad. Cada solitario consultaba sus fuerzas y, siguiendo el carisma que le dictaba la conciencia, se comportaba como le parecía. Gracias a esta libertad de organiza­ción, el monacato sirio produjo los más pintorescos y variados ejemplos de vida monástica. Sin pretender ser exhaustivos, enumeraremos las diversas categorías de monjes que marcaron al monacato sirio.


Los estacionarios o los monjes que se condenaban a la statio o inmoviliza­ción absoluta. Se imponían como regla estar siempre de pie, sin hablar ni alzar los ojos, sin extenderse para dormir. «Entre éstos, anota Teodoreto, hay quienes están constantemente de pie, otros sólo una parte del día» (XXVII).


Teodoreto enumera entre los primeros a Moisés (XXIII), Antíoco (XXIII) y Zebinas. Este, no pudiendo conservar, al final de sus días, la posición vertical todo el tiempo, se valía de un bastón como apoyo (XXIV). Su discípulo Policronio, llegado a viejo, se dejó persuadir por Teodoreto, y se construyó una estrecha celda. Apoyaba su cuerpo en la pared y asi evitaba las caídas (XXIV).


La statio prolongada agotó tanto a Abraham de Carres que no pudo caminar más (XVII). Abba «pasaba el día y la noche de pie o arrodillado, ofreciendo oraciones a Dios» (IV).


Otros, para mantenerse en posición vertical, sobre todo cuando dormían, se ataban a un poste o se hacían pasar una cuerda debajo de los sobacos (XXVI) o se ataban a una viga del techo.


Esta terrible ascesis seguía practicándose en el siglo X, ya que el célebre Rabban Yozedeq de Mesopotamia «estaba constantemente de pie y caminaba siempre, ya orase, ya recitase los salmos». Cuando, vencido por el sueño, su cuerpo le pedía un poco de descanso, se acostaba sobre una tabla inclinada con el fin de que sus pies tocasen tierra y así dormía.


Los dendritas, del griego donaron, árbol. Eran anacoretas que vivían en los árboles, imagen de nuestros antepasados paleolíticos. Construían sobre las ramas una especie de cabana y allí pasaban su vida. Otros se privaban de este «lujo», como el dendrita que vivía en el siglo VII en un gran ciprés junto al pueblo de Irenin, provincia de Apamea. La providencia le permitió caer al suelo varias veces. Para evitar este inconveniente, se ató al tronco del árbol con una cadena de hierro. Así, cuando perdía el equilibrio, no llegaba al suelo, sino que quedaba suspendido entre cielo y tierra, esperando la llegada de un alma caritativa que le pusiese en posición vertical.


La ascesis dendrita emigró de Siria a occidente, ya que vemos, en el siglo XIII, a san Antonio practicando este género de penitencia junto a Padua. El santo se hizo construir una especie de cabaña entre las ramas de un gran nogal y allí pasó los últimos días de su vida.


Los acemetas, del griego akemetoi o «los que no duermen». Los sirios les llamaban chahore «o los que vigilan». Eran monjes que vivían en comunidad y se turnaban por grupos en el coro con el fin de asegurar, día y noche, la laus perennis o la recitación continua del oficio divino. Los acemetas interpretaban a la letra las palabras de Jesús: «Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer» (Le 18, 1). De esta manera la comunidad, en cuanto tal, no dormía y estaba siempre presente en la oración. El tiempo no ocupado por la oración, lo empleaban en el apostolado y en el servicio a los necesitados.


Aunque esta institución prosperó, sobre todo, en la región de Constantinopla, tuvo sus orígenes en Siria. Alejandro, su fundador (muerto en el 430), se estableció primeramente a orillas del Eufrates, jefe de una comunidad de varios centenares de monjes. Aquí ejerció un fecundo apostolado en la conversión de las tribus árabes de la estepa. Después, queriéndose instalar en Antioquia, se encontró con la oposición del obispo Flaviano y, buscando cielos más clementes, emigró a Bizancio.


El cenit de la más ruda ascesis fue alcanzado por los monjes-pastores o boskoí, en griego. Este es un término usado por el historiador Sozomeno para designar a ciertos ascetas de costumbres salvajes. Vivían a la intemperie, en la campaña, caminando a cuatro patas como los animales y alimentándose de hierbas que pacían a la manera de las ovejas. Los obispos Lázaro y Jacobo provenían de esta categoría de anacoretas.


Los más desconcertantes anacoretas que poblaron las soledades sirias fue­ron los dementes, dementes por Cristo, saloi, en griego. Estos, para practicar la humildad y el desprecio de sí mismos, vagabundeaban de día por los pueblos, haciéndose pasar por débiles mentales o poseídos del demonio. La noche la consagraban a la oración solitaria e intensa.


El más ilustre representante de esta categoría de anacoretas fue san Simeón el Loco, cuya vida fue escrita por su contemporáneo Leoncio, obispo de Neápolis en Chipre (muerto en el 650). Originario de Emesa, hoy Homs, Simeón pasó 39 años de vida solitaria a orillas del río Arnón, en la región oriental del mar Muerto. Cansado de estar solo, decidió volver a su patria y dar ejemplo inaudito de humildad a sus conciudadanos. Llegado a Emesa, entró a la iglesia en el momento en que se celebraban los santos misterios. Provisto de un tirabeque y de nueces, orientó su puntería hacia el altar, apagando una a una las velas. Después subió al pulpito y comenzó a bombardear a las mujeres con los proyectiles que le quedaban.


Su conducta excéntrica llegó a la inmoralidad fingida. Un comerciante de vinos llegó a la conclusión de que Simeón no era tan loco como le creían en Emesa y le dio trabajo en su casa. Simeón, para huir de la vanagloria y hacer cambiar a su amo de parecer, se propuso algo insólito. Durante la noche se filtró en la alcoba donde dormía la mujer del comerciante y se hizo sorprender por el marido. Echado de la casa a grandes gritos, el comerciante repetía, a quien quería oírle, que Simeón era el más perverso de los hombres. Esto era precisamente lo que buscaba el asceta. La santidad de Simeón fue reconocida después de su muerte.


Los vagabundos, con este término queremos designar a las malas hierbas de la pradera de Teodoreto. Eran monjes que, abusando de la virtud de los otros, erraban de pueblo en pueblo, de casa en casa, perturbando la paz de la Iglesia y del Estado. Era la mejor manera, según ellos, de manifestar su condición de extranjeros y advenedizos en este mundo.


Sustrayéndose a toda disciplina, se imponían la más rigurosa ociosidad. «Por su conducta no son monjes, dice de ellos el obispo Isoyahb, y por su hábito no son seglares». San Jerónimo, desde su retiro de Caléis, lanza contra esta categoría de monjes las invectivas más virulentas de su pluma.


Los vagabundos fueron condenados por diversos concilios regionales, prueba de que las malas hierbas difícilmente se extirpan.


Otros, los estilitas, del griego stylos, columna, para evitar el vagabundeo, vivían sobre columnas, en una inmovilidad casi absoluta. Gracias al ascendiente de su fundador, san Simeón el Grande, el estilitismo se propagó prodigiosamente en Siria, suscitando numerosas vocaciones entre sus conciudadanos.


Otra numerosa categoría de monjes sirios fueron los reclusos o recluidos voluntarios. Eran ascetas que, para evitar el mundanal ruido, se encerraban en celdas estrechas, donde no hablaban más que con Dios.


En la primitiva fauna monástica no podemos olvidar a los hipetros, del griego ypethrios o monjes viviendo a la intemperie. Teodoreto les clasifica en dos grupos: los que se encerraban en recintos no cubiertos, hechos de piedra sin argamasa, en donde el sol les tostaba en verano y el hielo les torturaba en invierno y los que, despreciando el más modesto recinto, se exponían, inmóviles, a la curiosidad general, de tal manera que la gente podía verles y palparles (XXVII).


El fundador de esta ascesis parece haber sido san Marón. Este vivía al aire libre en el períbulo de un templo pagano, situado «sobre una cima venerada por los paganos», seguramente sobre la actual montaña de Qalaat Kalota, a 25 kilómetros al noroeste de Alepo. San Marón tenía junto a sí una tienda, como precaución en caso de lluvia muy intensa, pero raramente se guarecía en ella (XVI).


San Marón tuvo muchos émulos. La misma ascesis fue practicada por su discípulo Jacobo el Grande, que vivía en una montaña «a 30 estadios de nuestra ciudad», es decir, a unos 5 kilómetros de Ciro. No tenía «ni tienda, ni cabana, ni recinto». El cielo le servía de techo. Un crudo día de invierno, habiendo descuidado de guarecerse en una cueva, fue sepultado en la nieve. Así permane­ció tres días. Al cabo de este tiempo, unos campesinos que pasaban por el lugar le sacaron de aquel frigorífico, usando palas y picos. Teodoreto añade: «Todo el mundo podía verle combatir, hasta tal punto que rechazaba las necesidades inevitables de la naturaleza». Finalmente, agotado por las terribles penitencias, cayó enfermo de un flujo de bilis, después sanó y se mantuvo firme hasta su muerte (XXI).


Otro discípulo de san Marón fue Limneo, que practicó la misma ascesis sobre una eminencia que domina el pueblo de Tárgala (XXII). Este asceta tuvo un colega en santidad llamado Abba el Ismaelita, el cual, acostumbrado desde su nacimiento a vivir al raso, juzgaba superfluo el más modesto techo. «Cuando helaba se ponía asiduamente a la sombra y en la más fuerte canícula buscaba el ardor del sol» (IV).


Monjes a la intemperie fueron: Eusebio que vivía cerca del pueblo de Asijas (XVIII), Moisés, el cual, para sentir más rigurosamente las variaciones de temperatura, se estableció sobre una cima que domina el poblado de Rama (XXIII) y Juan. Este cortó un almendro que en verano le procuraba un poco de sombra, «con el fin de privarse de este placer» (XXIII).


También hubo mujeres que se impusieron esta ruda penitencia. Maranna y Cira, nobles damas de Alepo, se encerraron en un recinto sin techo, situado en un arrabal de la ciudad. Obturada la puerta a cal y canto, «soportaron la lluvia, la nieve y el sol» (XXIX).


El obispo de Ciro, haciéndose eco de esta euforia mística de sus conciudadanos, añade: «Podría citar otros muchos en nuestras regiones, en las montañas y en las llanuras, tan numerosos que es difícil enumerarlos y más aún escribir sus vidas» (XXIII).

Posted by ORDEN BONARIA :: 3:59 PM ::
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Sunday, October 08, 2006

SACERDOCIO: INSTITUCIÓN DIVINA.


La característica particular de la Iglesia Ortodoxa, al igual que todas las iglesias antiguas (armenia, catolico-romana, copta, nestoriana etc.), es la presencia del sacerdocio y de servicios Divinos. Las comunidades cristianas aparecidas después de Lutero (1520) no reconocen el sacerdocio, ni los servicios Divinos, pero hay que saber que ellos no aparecieron por causas humanas, sino fueron instituidos por el Dios Mismo.Es indudable que en el sentido espiritual y moral, todos los hombres son iguales ante Dios, quien sin preferencias los juzga y les tiene piedad, como a Sus hijos. Sin embargo, el ap. San Pablo hace la comparación con el cuerpo humano, donde los distintos órganos cumplen diversas funciones; así en la Iglesia es necesaria distinta jerarquía de los servidores de Dios.
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No la gente, pero el Mismo Señor Jesucristo "y él mismo constituyo a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros pastores y maestros; a fin de perfeccionar a los santos para la obra de ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo" (Efes. 4:11-12).Paulatinamente se producía la selección y la preparación de los primeros servidores de la Iglesia. Casi desde los primeros días de Su prédica, el Señor Jesucristo separó unos hombres entre sus oyentes, y los preparó para ser Sus mensajeros y continuadores de Su obra. Él les encargó traer nuevos discípulos por el medio de enseñanza y bautismo (Mat. 28:19), realizar la Eucaristía (Luc. 22:16), absolver los pecados (Jn. 20:21-23), difundir y fortalecer a la Iglesia, fundada por Él. "Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remetidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos" (Jn. 20:21-23). Algo más tarde, dijo: "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén" (Mat. 28:19-20).
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Aquí, Jesucristo no solo apoderó Sus elegidos discípulos para el servicio apostólico, sino también les fortaleció con el don especial del Espíritu Santo. Plenamente, este don ellos recibieron después de la Ascensión del Señor al Cielo, en el día de Pentecostés (Hech. 2-do cap.).Todo lo acontecido con ellos, los Apóstoles lo tomaron como una indicación superior. No fue decisión tomada por ellos, ni por la sociedad, ni por condiciones externas, sino el Mismo Dios les encomendó la misión del servicio apostólico. "Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación" - dijo el ap. Pablo sobre el llamado que recibió (2 Cor. 5:18).En el principio, los apóstoles personalmente enseñaban la fe cristiana, bautizando a los creyentes. Imponían sus manos sobre ellos para trasmitir los dones de Gracia; realizaban la Eucaristía y dirigían las comunidades cristianas fundadas por ellos. Pero, como se ve en el libro de los Hechos, de las Epístolas y de los escritos cristianos de primeros tiempos, los apóstoles se preocupaban mucho para atraer ayudantes, como "pastores y maestros".
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A ellos les preparaban como sus herederos y les imponían las manos para ser obispos, sacerdotes y diáconos. No lo hacían a cualquier persona que lo deseaba, sino solamente a los elegidos por ellos, y les encargaban cumplir los deberes que ellos mismos recibieron por orden del Señor. Las consagraciones no tenían carácter temporal, sino era un plan elaborado, que todos los apóstoles seguían. Actuando así, ellos ponían la base de una fuerte y segura estructura jerárquica, que debía asegurar el desarrollo correcto y la difusión de la Iglesia de Cristo para todos los siglos venideros.Sobre la necesidad de autoridades definidas en la Iglesia, el ap. Pablo escribe: "según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsase conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el de reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría" (Rom. 12:6-8). Exhortando a las personas encargadas, de realizar su función con celo, el Apóstol prohibía severamente de apoderarse por sí mismo de algún puesto en la Iglesia, ya que "y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón" (Heb. 5:4). De tal manera, ninguna persona por más moral y calidades útiles que posee, no tiene derecho sin autorización de la Iglesia, hacerse sacerdote y dirigir a otros. De su propia elección, el apóstol escribe: "No de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los muertos" (Gal. 1:1). "Téngamos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios... se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel" (1 Cor. 4:1-2).

Posted by ORDEN BONARIA :: 3:07 AM ::
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Sunday, October 01, 2006

6. ¿Cuáles son las causas del fundamentalismo islámico?



Durante estos días, hemos publicado y dado explicaciones sobre lo que creemos que es el Islam, buscando la belleza de la filosofía y el entendimiento de la vida, con nuestra propia ignorancia sobre esta religión.
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Se habla de fundamentalismo islámico, pero también existe un fundamentalismo cristiano, un fundamentalismo social, etc...
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Fundamentalismo es una tentación permanente de toda religión que en ciertas épocas se manifiesta más que en otras. Si la filosofía y la ciencia árabes influyeron profundamente en la Europa del siglo trece, fue porque las sociedades musulmanas permitían una amplia libertad de pensamiento político, científico y religioso. El convencimiento de que la razón humana no podía ser contraria a la revelación divina, ya que las dos provienen en última instancia de Dios, evitaba las reticencias contra los filósofos, teólogos y científicos.
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Las ciencias siempre acabarían “dando la razón” al islam. Tal espíritu de apertura se fue cerrando progresivamente. Muchos autores musulmanes actuales consideran que la decadencia del islam comenzó, a finales del siglo X, al cerrarse el canon jurídico de las cuatro escuelas citadas. Se cerraba así el derecho al “esfuerzo” interpretativo y se abría la puerta a los fundamentalismos. En adelante, el derecho se vería obligado a repetir las soluciones jurídicas de una de las cuatro escuelas antiguas. El olvido de la filosofía de Averroes se suele mencionar también como causa de la decadencia del islam. Y mientras el islam lo olvidaba, Occidente lo acogía.
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Hete aquí, según el islam, la clave del éxito occidental. Pero las causas del fundamentalismo islámico no son sólo internas. El colonialismo europeo primero y americano después, han creado un sentimiento de humillación muy fuerte en la población musulmán. La respuesta del porqué de tal situación se ha formulado en términos religiosos: “el islam ha sido infiel”. Para añadir en seguida, “ha sido infiel a la sharî’a”. Ya tenemos, pues, las bases para un resurgir de la escrupulosidad jurídica.
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Los recuerdos de la edad de oro han llevado a soñar la restauración exacta del antiguo mundo. El islam modernista, en cambio, defiende la recuperación del espíritu crítico y científico del pasado. Muchas son las voces que reclaman una reapertura de la puertas de la interpretación (ijtihâd).

Posted by ORDEN BONARIA :: 4:08 AM ::
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