Hace un años sentí una gran sorpresa, también tremenda alegría. Me resistía a admitir lo que acababa de ver como noticia del día: "Familia de un palestino muerto a manos de un colono judío, donó sus órganos sin restricciones y da vida a cuatro israelíes" (5 de junio de 2001).

¿Qué tal? Suena increíble ¿verdad? Pero aunque parezca mentira, son gestos de nuestros días... de pleno siglo XXI. Son bocanadas de oxígeno, presencia de un aire puro en un mundo que se bate entre el odio y la violencia.Yo creo que testimonios de semejante grandeza, permiten seguir teniendo firme y real esperanza por un porvenir mejor.

Harto está el mundo de tantos encuentros sangrientos, pero le cuesta poner fin a tan horripilante tragedia.La actitud de esta familia parece señalar seguro un camino. No sólo sorprendió a todo el país de Israel, sino también removió fibras muy hondas del ámbito internacional. Fue un mensaje muy claro y preciso del cual no se puede dudar: "Amémonos entre todos, perdonemos las ofensas y sepamos para siempre que para el amor no hay fronteras."Pensar que milenios atrás Alguien ya dijo: "Amaos unos a otros... y también a vuestros enemigos".

No hay nada nuevo en el mundo, pero cuán difícil es actuar cuando lo tenemos que hacer. Sin embargo este es el precio, es la única verdad que nos permite vivir con dicha en el corazón. Lo demás se diluye muy pronto, se evapora en un instante, todo se queda atrás. Lo que nos da el corazón, si es bueno y es sincero, es lo único vital, la verdadera riqueza que nos conviene guardar.Vivimos tiempos aciagos en los que es menester dejarse de tanto verbo, discursos y frases huecas.

Tan sólo son necesarios modelos y ejemplos vivos, como los de los miembros de las ONG, y las Damas y Caballeros de la Orden Bonaria, y por qué dejar de decirlo, también los de esta

Santa Iglesia.

Tan increíble su gesto que el padre de la criatura judía en donde ya late un corazón palestino no pudo dejar de exclamar: "Aquel joven debió ser un ángel... Para sus familiares ya no alcanzan palabras para tanto agradecimiento". Sabemos que existe la muerte pero también su contrario. Cultivemos el amor que es expresión de la vida.

Ojalá esta lección nos susurre frecuentemente al oído:

Paciencia si ya has herido, lo principal es haber aprendido a no volver a herir otra vez

SANTIAGO, EPÍSTOLA UNIVERSAL DE SANTIAGO, SANTIAGO CAPÍTULO I, PULSAR PARA ESCUCHAR LA LECTURA